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Drogas sin adicción

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Las drogas opiáceas, como la morfina y la heroína, son algunas de las medicinas que el hombre ha utilizado durante siglos para aliviar el dolor. Pero hasta ahora son bastante problemáticas, debido a la adicción que producen.

Carmen De Felipe (al centro) y el quipo que descubrió el gen responsable de la adicción a la morfina.

Un estudio realizado recientemente en España demuestra que es posible separar las propiedades analgésicas de las adictivas de la morfina. El hallazgo abre una ventana al desarrollo de fármacos más seguros contra el dolor. Además, ofrece la posibilidad de diseñar estrategias que ayuden a tratar la adicción a las drogas.

Sin embargo, según un reciente estudio esto podría, dentro de poco, dejar de ser un inconveniente. Una investigación realizada por el Instituto de Neurociencias de la Universidad Miguel Hernández de Elche, en España, acaba de demostrar que es posible separar las propiedades analgésicas de las adictivas de la morfina. ¿Cómo hacerlo?, modificando un gen.

Carmen De Felipe, directora del estudio, explicó que esta investigación constituye un gran avance para la formulación de nuevas drogas más efectivas y menos adictivas para el tratamiento del dolor.

«Hemos identificado un gen que juega un papel fundamental en el desarrollo de la sensación de placer y de euforia asociada a la administración de opiáceos. La eliminación de este gen en ratones anuló la respuesta placentera evocada por la morfina, pero no sus propiedades analgésicas que permanecieron intactas», explica.

¿Cuál es este gen?

Se trata del gen -denominado NK1– que codifica la producción de una proteína receptora de una sustancia química presente en el cerebro, llamada sustancia P.

La comunicación entre las células cerebrales -neuronas- se realiza por medio de nuerotransmisores en un proceso llamado sinapsis. Como consecuencia del proceso, la célula receptora manifestará una serie de cambios, según sea la información que haya recibido.

La sustancia P es uno de estos neurotransmisores, cuya función específica es originar la sensación placentera asociada con la administración de morfina.

«Mediante manipulación genética hemos producido ratones transgénicos carentes del gen de la proteína receptora NK1. En estos ratones, hemos estudiado si la administración de morfina era todavía capaz de producir el efecto de recompensa -equivalente al placer en humanos- y resultó ser que no sentían este placer, pero dejaban de sentir dolor», explica De Felipe.

El experimento

Durante 6 días los ratones comunes aprendieron que de la caja «1» recibían agua con morfina (o cocaína), mientras que de la caja «2», sólo agua. Después de una semana, se les dió a elegir qué caja preferían y los ratones se dirigieron a la caja donde recibieron morfina (o cocaína).

Sin embargo, los animales transgénicos -en los que se eliminó el receptor NK1- se comportaron en forma muy diferente: no mostraron preferencia por la caja donde recibieron morfina, aunque sí lo hicieron por la caja donde recibieron cocaína. Esto demuestra que pueden experimentar sensaciones placenteras con cocaína pero no con morfina.

La conclusión del trabajo es que este gen está involucrado en la respuesta de placer que produce la morfina pero no en la capacidad de la droga para eliminar el dolor, ni tampoco está implicado en la ruta por la que la cocaína produce sensaciones placenteras.

El mecanismo de la drogadicción

«Sabemos que en este proceso participan dos circuitos cerebrales íntimamente relacionados: uno ligado al deseo o a la motivación por obtener una recompensa (como comida, agua, sexo, o una droga); y otro que crea la percepción de placer asociada con ´comerlo o disfrutarlo´», agrega la investigadora.

Los opiáceos naturales del cerebro -las endorfinas- están involucrados en el segundo circuito: controlan las sensaciones placenteras, como comer cuando se está hambriento u orgasmo durante el acto sexual.

La morfina y la heroína secuestran el «circuito opioide» para generar euforia o lo que se denomina «el flash». De hecho la gente que consume morfina suele describir «el flash» en términos de placer sexual.

Sin embargo, como lo «deseando» y el placer de «disfrutarlo» están controlados por diferentes circuitos cerebrales, se corre el riesgo de que se desconecten uno del otro. Esto es lo que ocurre en la drogadicción: los adictos desean más y más droga pero el placer que obtienen al consumirla se reduce progresivamente. Este hecho es el resultado de una remodelación de los circuitos cerebrales, inducida por la droga.

Cuando cesa la administración de la droga, el adicto entra en el denominado «síndrome de privación», una situación muy dolorosa y angustiosa. Incluso, si el adicto supera esta fase, existe un alto riesgo de recaída, ya que aunque los cerebros son plásticos (de otra forma no podríamos aprender cosas, oficios etc. en la vida adulta) no son ciertamente elásticos y no recuperan su estado inicial cuando se deja de consumir droga.

Enviado por Grecia Alemán.

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