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La maternidad a lo largo del siglo

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La esencia será siempre la misma, pero mucho cambió con el ingreso de las mujeres en el mundo laboral y profesional.

Los tiempos que corren imprimen a la maternidad una forma diferente a la de antaño. La esencia siempre será la misma, pero las señoras de la casa del 1900 son hoy profesionales, las institutrices fueron reemplazadas por jardines de infantes y la parsimonia se transformó en corridas. Mujeres de principio y de fin de siglo. Madres todas ellas, igual de amorosas. Ni mejores ni peores. Distintas.

Estudios sociológicos y crónicas de las primeras décadas del siglo que termina permiten reconstruir cómo era la historia cotidiana de una madre de aquel entonces. Un caso arquetípico podría ser el de Doña Elisa, una dama de la sociedad porteña que en octubre de 1906 tenía 24 años. Estaba embarazada, lo que, según el término de la época, se traducía como «en estado interesante». Esta señora estaba convencida de que tendría un varón. No era una primeriza, sino una avezada madre de tres niñas y dos niños.

La maternidad era la suprema función de la mujer. Es por eso que se hacía imprescindible que Elvira, la mayor de sus niñas, comenzara su aprendizaje de costura y labores. Según la revista Caras y Caretas, era «de buen tono», además, que se preparara para hacer beneficencia. Y se acordó que la institutriz lidiara con la reticencia de sus hijas a practicar su francés, algo que debía tener presente una señorita que se precie.

Si una de las niñas tenía un resfrío, Doña Elisa visitaba al boticario para que le diera la untura blanca, «una friega con esencia de trementina a la que se le agregaba aguarrás vegetal, se mezclaba con clara de huevo batida a nieve y se aplicaba en el pecho de los chicos», secún se lee en los archivos de La Nación.

Tiempos de tónicos, elixires curativos e improvisados vademécum, la farmacopea casera estaba legitimada y abundaban los ungüentos que prometían el rejuvenecimiento y la eterna vitalidad. Era así como Doña Elisa no podía quitar sus ojos de la revista Caras y Caretas que, abierta sobre un brasero, dejaba ver una tentadora publicidad de jabón Reuter, que prometía conservar «hasta la vejez la frescura de cutis de la infancia». Su lavandera estaba presta a frotar la tabla en cuanto ella se lo indicara. Luego iría a visitar una de la grandes tiendas porteñas, Gath & Chaves, en Bartolomé Mitre y Florida, para comprarles unos vestidos a las niñas. Tampoco dejaba de preocuparse por su amiga Alcira, que con 24 años -y de acuerdo con los patrones de la época- rayaba ya la solteronía. La invitaría a una de las tertulias que solía ofrecer, quizá allí podría presentarle algún «buen candidato».

Sólo el grito de los niños en el patio la alejó de esos pensamientos. Abandonó el cómodo sofá del estar y se dirigió hacia la planta baja de su casa para reunirse con ellos. Había llegado la hora del baño y los chicos debían prepararse para recibir a su padre con un beso, comer e ir a la cama. A nadie escapa cómo es el ajetreo de las madres actuales, pero sólo una escena en la vida de Florencia, de 32 años, podría generar empatía en varias de ellas. Tenía el tiempo contado y no podía olvidar ni un detalle: Florencia debía vestir a Francisco, darle el desayuno y llevarlo a la casa de sus padres, donde se quedaría hasta que lo buscara de regreso de su trabajo. Pero antes de partir, haría las camas y pondría a funcionar la máquina de lavar. Sólo después desafiaría el tiempo y el espacio para cumplir con un cliente, al que le mostraría departamentos en venta.

Ayer y hoy

Especialistas consultados por La Nación coincidieron en que las exigencias de la vida moderna y la evolución de la mujer hicieron que las madres amplíen sus horizontes más allá de la familia y el hogar. «No sólo por una necesidad económica, sino también por el desarrollo de una vocación», explicó la psicóloga María Cristina Martínez Bouqué.

Las primeras décadas de este siglo encontraron a las mujeres de clase media alta y alta dedicadas de modo exclusivo a su casa y a su familia. La historiadora e investigadora del Conicet Dora Barrancos afirmó que la niñez tenía alto aprecio social y que las políticas del Estado ya actuaban sobre la educación pública. «Se trataba de madres muy jóvenes que comenzaban a tener hijos a partir de los 16 o 17 años y un matrimonio con 7 u 8 chicos no llamaba la atención», explicó Barrancos. Las mujeres tenían en aquel entonces dos opciones, dijo el sociólogo Antonio Donini: o se casaban o se dedicaban a la vida religiosa.

Pero hoy el matrimonio no es la única opción, sostuvo Donini, y las que eligen tener una familia tienen un doble trabajo. «Ejercen su profesión y se ocupan de sus hijos y de llevar adelante su casa», aseguró. El tiempo que le dedican a sus hijos, entonces, es más limitado. Pero esto no implica, dijo el sociólogo, que no se ocupen de ellos: «No es justo que digan que el hecho de que la madre trabaje es la causa de los males de la niñez y la adolescencia actual. Hay muchas causas que influyen en eso y esta puede llegar a ser una de ellas, pero no la única ni la definitiva».

Las claves

En pocos puntos clave se puede ver la forma en que a lo largo del siglo cambió en 180 grados el papel de la mujer porteña en todos los ámbitos de la sociedad.

Instrucción. Desde la niñez, las mujeres eran a principio de siglo preparadas para ser esposas y madres. No era común que sus estudios fueran más allá del aprendizaje de algún idioma o ciertos conocimientos de historia o literatura. En las clases altas no era bien visto que la mujer trabajara, sino que se tenía que dedicar por completo a la crianza de sus hijos. Actualmente las mujeres estudian y trabajan a la par de los hombres. Siguen carreras universitarias y se desarrollan como profesionales, sin que esto impida que cuiden de sus hijos.

Matrimonio. A comienzos de siglo, las mujeres se casaban a partir de los 15 o 16 años. Una señorita soltera de más de 20 años no era bien visto y después de los 24 o 25 años era considerada una solterona. Hoy, en cambio, de acuerdo con las estadísticas del Registro Civil, son cada vez más las mujeres que contraen matrimonio más tarde y no pocas consideran la posibilidad de no casarse y dedicarse por completo a su profesión.

Hijos. La cantidad de chicos que integran cada familia es una de las grandes diferencias entre antes y ahora. Las familias numerosas eran una constante en las primeras décadas de este siglo. Era común que las mujeres tuvieran más de 5 o 6 hijos. La situación económica y el cambio de mentalidad de la mujer hicieron que hoy las familias se reduzcan.

Crianza. Si bien las madres siempre estaban presentes, era común que los chicos tuvieran niñeras o institutrices que los cuidaran y educaran. Ahora es frecuente que los hijos queden al cuidado de abuelas, tías o en guarderías mientras sus madres trabajan.

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