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Las caras de la anorexia

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Se pasean por las pasarelas con sus trajes trasparentes de tul o seda incrustados en sus cuerpos, como estatuas griegas mal alimentadas. Eso las hace más valiosas. Sus cuerpos no deben entorpecer, con arruga o pliegue alguno, la forma y caída del ropaje; lo que rompería la geométrica perfección que se busca en ellas: «las modelos más cotizadas del mundo».

Lo malo del caso no es su delgadez. Es que un por ciento de ellas han caído, sin darse cuenta, en ese padecimiento conocido como anorexia; palabra de origen griego que significa inapetencia. Y que cuando no es causada por algún tipo de enfermedad, pasa a ser ella misma «la enfermedad«.

Pero no están solas. Tanto las aristócratas como las plebeyas juegan también a no comer. Recientemente la revista Point du Vue, dedicó cuatro páginas completas a «las verdaderas razones de la anorexia», de la princesa Victoria de Suecia. Y todavía se recuerda el caso de la desaparecida princesa Diana.

La anorexia tiene características sicológicas, pues es un desorden compulsivo y obsesivo que lleva a un miedo irracional de ganar peso; y de la grasa en el cuerpo; llevando al que la padece a una determinación inquebrantable de estar cada vez más delgado. Y a un mal entendimiento de su cuerpo; viendo en él grasa donde otros ven un ser macilento. Y en donde los médicos, cuando investigan, encuentran desórdenes no sólo sicológicos, sino también fisiológicos.

La doctora Linda Keller, pediatra que ejerce en Miami, recibe entre sus pacientes a jóvenes con anorexia; pues es la tercera causa de enfermedad crónica más común entre los adolescentes. «Especialmente se les descubre a los 14 o a los 18 años», dice. Y se puede prolongar hasta la adultez.

Estos jóvenes que van a su consulta no van en general porque tienen anorexia. «Vienen por un chequeo anual o porque sus padres o maestros notan que han bajado mucho de peso«, dice Keller. Entonces los síntomas se descubren. «Estos no sólo incluyen la pérdida de un 15 por ciento del peso sin razón aparente, además de ciertos problemas sicológicos de obsesión con ser bien delgados», dice la pediatra. Los acompañan otros problemas fisiológicos:

Las muchachas pierden el ciclo menstrual se les puede descubrir la presencia de bellos en el pecho y la cara, su metabolsimo decrece; el ritmo cardíaco también, así como la presión arterial.

Pero no siempre hay que esperar a perder peso para detectar la anorexia, dice Keller. «Algunas veces el período menstrual le desaparece a la muchacha antes de la pérdida drástica de su peso; y esto puede ser un aviso de que está en el proceso de la anorexia«.

Hay teorías que estiman que cierto grupo de pacientes tienen problemas cerebrales. Esta enfermedad es uno de los desórdenes más comunes de la alimentación junto con la bulimia (apetencia exacerbada seguida de purga de lo ingerido, por laxante, vómito u otros medios); los que se estima lo sufren aproximadamente 8 millones de americanos, un 90 por ciento de ellos mujeres.

«La anorexia puede llevar a la muerte«, explica Ivonne Cobelo Hamilton, nutricionista, especializada en los desórdenes alimenticios y coordinadora del programa de Eating Disorders Nutrition Specialists del Baptist Hospital. Se calcula que una de cada 10 personas anoréxicas muere. La persona puede caer en estado de coma.

Pero hay otros problemas: digestivos, resequedad de la piel, uñas quebradizas, pérdida del cabello, pérdida de la densidad de los huesos.

«Hay jovencitas que crecen osteoporósicas«, explica Cobelo-Hamilton. Y como hay un desequilibrio hormonal, pueden llegar a la infertilidad.

Las dimensiones del problema ha hecho que el Congreso esté considerando The Eating Disorders Information and Education Act of 1997, para proveer al público con un programa de información y educación sobre su prevención y tratamiento, señaló en días pasados la congresista Ileana Ros-Lehtinen, quien fue anfitriona de un foro dado por el Women’s Resource Center del Hospital Baptist de Miami. Con las conferencistas invitadas, la doctora Keller, Cobelo Hamilton y la doctora Paula Levine, se trataron temas alrededor de la anorexia.

En la apertura, la congresista habló sobre los daños de la anorexia. Y de cómo, lamentablemente, muchos casos no se diagnostican y este desorden representa la más alta mortalidad entre los desórdenes mentales.

El interés que despertó esta reunión atrajo, no sólo a especialistas de la salud y a personas que han sufrido en carne propia o en la de un familiar el problema, sino a un grupo estudiantes de la escuela Homestead Senior High, acompañados por su profesora de salud e higiene, Wendy LeHockey.

Eran jóvenes de ambos sexos, de 14 a 17 años, ninguno con el padecimiento. Pero al hablar demostraron que la educación recibida por la profesora los ha ayudado a entender el problema. Tanto Michael Brundy, Bryan Smith y Armando Lolog, de 15, 17 y 16 años respectivamente; dijeron que ellos no se ‘imaginan’ con anorexia.

Se piensa que entre los hombres se reduce el riesgo de padecer de desórdenes de este tipo, debido a que están protegidos por una pubertad tardía y por la acción de sus hormonas masculinas; y la noción de seguridad que les da su testosterona pudiera ayudarlos a vencer los conflictos asociados con los problemas del comer.

Este problema, que no sólo están afectando a los adolescentes, sino que ya se ven en niños de hasta seis años y en ancianas, está aumentando en los hombres.

Aunque no sea tan fácil el diagnóstico; teniendo en cuenta que uno de los síntomas es la falta de menstruación.

Pero las muchachas del grupo contestaron de forma diferente que sus compañeros varones: Remi Stridion, de 15 años, cree que el problema surge entre las muchachas cuando «uno piensa en lo que otros piensan de uno».

Brooke Langston, de 14 años, confiesa que antes no comía desayuno o almuerzo, imitando la forma irregular en que su mamá comía. «Un día mucho, al otro, nada». Pero las clases de LeHockey la enseñaron, dice, a tomar conciencia del error.

Y su compañera Lucy Orano, de 16 años, dice que si deja de comer se siente cansada, por lo que sigue un patrón regular de alimentación. «Creo que las clases han servido de mucho», dice la profesora. «Hay estudiantes anoréxicos que han venido a mí, primero que a sus padres, a decirme el problema; y muchos se mejoran».

La nutricionista señala que en su tratamiento «no dicta una dieta». Mi tratamiento tiene dos fases: una, la educacional, para que el paciente me hable de sí mismo y de su cuerpo. Y la otra, la experimental, en que la persona se decide a arriesgarse «a comer» y a experimentar con la comida, para ver cómo cambia. Y por supuesto, enseñarle los alimentos que su cuerpo requiere y para qué. «Pero nunca imponerles una dieta ni achacarles su defecto».

«Hay que ayudarlos, porque cuando la persona anoréxica comienza a comer regularmente y proporcionadamente, su metabolsimo aumenta y las funciones del cuerpo afectadas se van recuperando».

MIÑUCA VILLAVERDE

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