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Niños obesos

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Colesterol alto, diabetes, hipertensión. Hasta hace poco estas enfermedades eran patrimonio de los adultos, sin embargo en Chile cada vez hay más niños con estas patologías, derivadas fundamentalmente de la obesidad infantil, un problema que ya ha tomado un cariz alarmante.

Hasta hace poco tiempo la obesidad infantil era un triste récord de los países desarrollados. Sin embargo, con las nuevas costumbres de la familia chilena se está educando a más niños obesos, quienes enfrentarán la adultez con graves problemas de salud.

Las cifras hablan por sí solas: en menores de 6 años hay un 7% a 8% de obesidad y un 17% de sobrepeso, lo que suma un 25% de niños excedidos en el nivel que les corresponde. En escolares, hay 20% que sufre de sobrepeso y 20% de obesidad. Por lo tanto, en población escolar el problema llega casi al 40%, según estudios realizados por el Departamento de Pediatría de la Universidad Católica.

Y aunque ya sea común ver niños con sobrepeso, el mito de que un niño gordito es un niño sano, está más vivo que nunca. Según la Dra. María Isabel Hodgson, pediatra de la Universidad Católica, son muy pocos los casos en que la mamá llega espontáneamente a consultar. Generalmente son derivados de otros especialistas, como el traumatólogo (porque tiene problemas ortopédicos) o por el pediatra, que los controla y se da cuenta del problema. Y como las madres no se dan cuenta de lo grave del problema, casi el 50% abandonan el tratamiento después de la primera consulta.

Pero no sólo ha aumentado la frecuencia de la enfermedad, sino también su gravedad. No es raro que lleguen a consultar niños con 10 y hasta 20 kilos de más.

Por lo tanto, la gente se acostumbra a ver niños más gruesos. «Muchas veces me ha tocado ver casos de mamás que llegan a consultar porque su hijo está flaco y resulta que el niño está perfectamente normal», comenta la Dra. Esto se explica porque Chile está recién saliendo del subdesarrollo, donde hasta hace poco la desnutrición era un problema alarmante. Sin embargo actualmente este fenómeno no afecta a más del 4% de la población considerando incluso a los que están en riesgo de desnutrirse.

La corta alegría de la comida rápida

La energía de los alimentos se destina al trabajo interno del organismo (metabolismo basal), a la absorción de los nutrientes, a la actividad física, y en el caso de los niños, a la producción de tejidos para el crecimiento. La obesidad es la consecuencia de un desequilibrio entre lo que se come y lo que se gasta. Se puede comer de más o hacer menos ejercicio.

En el caso de los niños, esta enfermedad se da por estas dos razones. Y ya no sirve echarle la culpa a los genes: sólo el 5% de los casos se deben a problemas endocrinos, genéticos o del sistema nervioso.

Por lo tanto, la culpa la tiene el sistema de vida.

El primer factor que empeoró son los hábitos alimenticios: por una parte el niño ingiere comida menos saludable y por otra, come sin un orden. La comida rápida generalmente tiene mayor contenido de grasa y de calorías. El sistema de vida no ayuda mucho: en este momento hay más mamás que trabajan, quienes muchas veces no tienen tiempo para hacer comidas muy elaboradas y la generalmente terminan en un food court o encargando algo a la pizzería de la esquina. «Si estas cosas son de vez en cuando no hay problema, pero muchas veces son comidas que terminan reemplazando a las tradicionales», asegura la Dra. Hodgson.

Hoy, los niños están bombardeados por publicidad de golosinas y de productos salados (como papas fritas y ramitas) que además traen figuritas, calcamonías y láminas que las hacen irresistibles.

Y para completar el cuadro, los niños hacen menos actividad física. La televisión -ahora por cable- y los juegos de videos entregan entretención todo el día, convirtiéndose en una alternativa de diversión segura, pero poco sana.

Un problema de por vida

Así, dentro del estrés y la agitación de la vida, tanto de los padres como de los niños, unos kilos de más se pasan por alto. Sin embargo sus consecuencias pueden ser tan graves como en los adultos, pero con un factor en contra: el niño tendrá que combatir durante toda su vida con sus secuelas.

Esto, porque tienen un alto riesgo de ser un adulto obeso. Cuando la enfermedad se da en un infante de tres a cuatro años es fácilmente reversible, pero si el niño ya tiene entre siete u ocho, la probabilidad de que sea un adulto obeso llega al 70%, con todos los problemas que esto conlleva.

Pero curiosamente, en los niños se están viendo ya las enfermedades que antes afectaban a los adultos. Ya se puede ver que en el 30% de los niños con obesidad tienen el colesterol alto, antesala de hipertensión y artereosclerosis. Incluso, datos de Estados Unidos indican que la diabetes tipo 2, (que es más corriente en adultos) está siendo tan frecuente como la Tipo 1 (de origen autoinmune) en los niños.

Todos estos problemas parecen menores ante otros que afectan con igual fuerza la vida diaria en los niños, como trastornos ortopédicos (pie plano, pisada anormal, complicaciones en las rodillas) y las dificultades respiratorias, (hay niños que no pueden dormir sentados). Tema aparte es el aspecto estético, blanco de burlas y sobrenombres de los compañeros hacia los más gorditos.

Soluciones simples

Los tratamientos para un niño con obesidad son sencillas, pero no por ello fáciles de llevar a cabo. Se resumen en un cambio y orden de los hábitos.

«El objetivo es enseñarle a comer de manera adecuada. Muchas veces lo que se pretende es que el niño no suba más, para que a medida que crezca, el peso se regularice y sea más adecuado al tamaño. Cuando ya están muy gordos, llegaron a la adolescencia y se pegaron su estirón, hay que ponerlos a régimen», cuenta la Dra. Hodgson.

Dentro de los cambios de las costumbres, es vital que hagan las cuatro comidas y que eviten el picoteo. Si hay que mandarle una colación para el colegio es preferible una fruta o yogurt. Por ningún motivo dinero para que compren golosinas.

A la hora de sentarse a la mesa, hay que servirle porciones moderadas y que no se repitan. Una buena fuente de ensalada aporta vitaminas y nutrientes con bajas calorías.

Por otra parte, hay que incentivar la actividad física, con acciones pequeñas como caminar en vez de subirse a una micro y volver a los juegos más tradicionales que impliquen movimientos, como saltar a la cuerda y jugar a la pelota, por ejemplo.

En esta tarea es primordial involucrar a toda la familia. «No puedes poner al niño a tomar agua y comer lechuga y al otro lado, que esté la mamá o el papá comiendo torta. En la Universidad Católica, un estudio reveló que en el 70% de los casos, los niños tenían gordos en la familia. Si esa persona no cambia, va a ser difícil hacer cambiar al niño», afirma la pediatra.

Enviado por Raúl González

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