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Ritmos circadianos

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Después de un viaje atravesando un océano o luego de varias noches de fiesta, notamos que nuestro organismo se ha adaptado a los nuevos ciclos de luz y que, cuando intentamos recuperar nuestros antiguos hábitos –ritmos circadianos-, el cambio produce efectos colaterales.

Aunque puede parecer sólo una costumbre, levantarse en cuanto sale el sol y descansar en cuanto éste se esconde podría tener una razón biológica.

El sueño, la fatiga, una digestión pobre, úlceras o la reducción del estado de alerta son algunos de los síntomas que marcan el cambio de nuestros ciclos de vigilia y sueño, de luz y de sombras.

Y más que un aspecto puramente conductual, los problemas asociados con el cambio de hábito podrían tener una base fuertemente biológica. Así lo ha explicado un grupo de científicos norteamericanos y japoneses, liderado por el profesor de biología de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, Michael Menaker.

Probablemente -explicó el científico- las células y los tejidos se estresan cuando hay un cambio en los ciclos de luz y por ello los efectos secundarios de los que todo el cuerpo hace eco.

La investigación

Según estudios realizados en ratas de laboratorio, los distintos órganos del cuerpo tienen su propio reloj interno que se sincroniza según los datos de día y de noche que recibe del mundo exterior.

Los ritmos circadianos -terminología usada por los científicos para definir los ciclos de alrededor de 24 horas en el que los órganos cumplen sus funciones- serían como las agujas de un reloj biológico invisible que regula los tiempos de nuestro cuerpo.

Sin embargo, explica Menaker, estos ciclos estarían controlados por los «osciladores» del cuerpo que entregan la información sobre las condiciones de luz externas. Así, cuando un cambio ocurre afuera, éstos indicarían a los órganos la necesidad de modificar los ciclos circádicos y, por lo tanto, cambiar el orden de sus funciones.

Las conclusiones del estudio, explicó Menaker, implican una nueva forma de concebir y enfrentar los viajes que cruzan varias zonas horarias y los turnos rotativos de los obreros.

Además, agrega, con más información se podrían programar los turnos de trabajo de manera sencilla e, incluso, usar drogas para adaptarse más fácilmente a los cambios de horarios.

Y, para los planes de crear una colonia humana que sobreviva en el espacio exterior, la nueva información dejaría en claro la necesidad de crear un hábitat «rítmico».

Los osciladores

Sin embargo, aunque parezcan novedosos, los «osciladores» que el equipo de Menaker identifica en todo el cuerpo (el principal se localiza en el cerebro) han sido objeto de estudio en ocasiones anteriores.

Es así como, buscando la clave de cómo los órganos se conectan e interactúan con los ciclos externos de luz, investigaciones anteriores suponían que los ojos, receptores de la luz, enviaban la información hacia el interior.

Por otra parte, algunos creían que la piel contenía receptores fotosensibles y, en hipótesis aún más osadas, se explicaba el fenómeno diciendo que la luz solar atravesaba la piel para llegar al flujo sanguíneo donde la hemoglobina hacía las veces de fotorreceptor.

Menaker aclara que los osciladores en cuestión, son una forma de denominar un mecanismo que genera una forma de ritmo en el cerebro y en el resto de los tejidos. Queda por descubrir qué órgano, neurotransmisor o elemento del cuerpo humano cumple esta función.

Enviado por Carlos Mory.

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