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Tuberculosis

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Hace 125 años un médico noruego propuso la tesis de que un bacilo en forma de bastoncillo causaba la lepra. Nueve años más tarde, el 24 de marzo de 1882, Robert Koch, médico alemán, demostró que un microbio relacionado con aquel bacilo, causaba la tuberculosis (TBC o TB).

Mientras que Koch se convirtió en el padre de la microbiología médica y obtuvo el premio Nobel en 1905, y al bacilo de la tuberculosis se le dio su nombre (bacilo de Koch), el médico noruego no llegó a la fama. No logró reproducir el bacilo en la probeta del laboratorio, o en animales infectados; primer paso para llegar a la cura y eliminación de la enfermedad.

La tuberculosis es un mal que parece haber estado presente en la raza humana desde la antiguedad. El Mycobacterium tuberculosis, el microbio del grupo de las bacterias que produce la enfermedad, ha dejado huellas de su paso en fragmentos de la espina dorsal de las momias egipcias del 2400 AC.; en las que se han visto señales patológicas de deterioro tubercular.

Pero no fue hasta que se descubrieron los antibióticos en este siglo y con un conocimiento mejor de los métodos preventivos, que se logró controlar la enfermedad. Ya para principios de la década de 1980 se pensaba que la tuberculosis había sido erradicada.

Y todos se durmieron en sus laureles. Pero surgió un revés inesperado. La epidemia del sida y el deterioro de los programas de control del TB hicieron que el número de casos en Estados Unidos aumentara por primera vez en 1986, desde 1953; y este aumento no se ha detenido.

Tanto es así, que en 1993 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la tuberculosis una emergencia global. Y el espectro del MDR-TB, una cepa de la bacteria, resistente a las drogas múltiples, ha aparecido en los últimos años.

Además, el sida ha resultado un fatal aliado de esta enfermedad.

Una persona con el virus de inmunodeficiencia humana HIV, por ejemplo, tiene 30 veces más posibilidades de enfermarse de tuberculosis que el que no lo tiene. La tuberculosis está causando más muertes entre los enfermos de sida que cualquier otra enfermedad que los ataca; de acuerdo con datos de la OMS. También mata más jóvenes y adultos que otras enfermedades infecciosas.

Pero no todo portador de la bacteria está necesariamente enfermo de tuberculosis.

Lo peligroso de este microbio es que cualquiera puede contagiarse, basta que esté en el medio propicio para ello. Si una persona que padece la enfermedad estornuda, tose, escupe o al hablar expele la bacteria, las partículas microscópicas se quedan horas circulando en el aire, y otra persona las puede inhalar

La primera zona del cuerpo que se infecta por la bacteria son los pulmones; pero lo normal es que las células blancas ataquen al invasor; aunque no las maten a todas.

Las que sobreviven quedan atrapadas en las células dentro de unos nódulos o tubérculos. Allí no hacen daño, manteniéndose inactivas hasta que el sistema inmunológico de la persona se debilite; ya por la edad o por una enfermedad.

Entonces sí se manifiesta la enfermedad. La bacteria, ya activa, invade otros órganos del cuerpo, incluyendo los vasos sanguíneos. Y aparecen síntomas como tos, fiebre moderada, malestar general como de gripe, pérdida de peso, inflamación de la pleura parietal, tos con sangre y sudores nocturnos.

Pero la mayoría de las personas que están en contacto con la tuberculosis no la desarrollan. Sólo un 10 por ciento de los que llevan la bacteria desarrollan la enfermedad cada año. Y los portadores de la bacteria, si no tienen la enfermedad, no la transmiten al estornudar o hablar, etc.

Hay, eso sí, personas que corren mayor riesgo de adquirir la bacteria; como aquéllos que viven en lugares cerrados, donde alguien padece de la enfermedad, o tienen un sistema inmunológico vulnerable. Entre ellos, los vagabundos, las personas de muy bajo nivel económico, los enfermos del sida o los que están en contacto constante con enfermos, como los profesionales de la salud.

Para detectar la presencia del bacilo o de la enfermedad, se hace un examen en el que se inyecta en la piel un antígeno al cual el que ha estado en contacto con el mycobacterium tuberculosis resulta sensible. Días después se comprueba si ha habido reacción. Si la piel se enrojece e inflama, el resultado es positivo; y generalmente se realizan exámenes de Rayos X del pecho y otros análisis para confirmar si se tiene el TB.

El tratamiento para esta enfermedad consiste en un régimen muy complejo de drogas. Entre ellas: Isoniazida, pirazinamida, ácido paraaminosalicílico, estreptomicina, rifampicin; y como se hace difícil al paciente tomar cada una de ellas por separado, se han creado compuestos combinados.

Pero lo grave de la situación es que ya las cepas del MDR-TB son resistentes, especialmente a las drogas más importantes, la isoniazida y el rifampicin. Esa resistencia es causada a veces por una inconsistencia en el tratamiento o por no terminarlo; cuando el paciente no toma todas sus medicinas regularmente por el período de tiempo requerido, ya que se sienten bien.

Así que la OMS ha recomendado que se siga una estrategia especial en el tratamiento de detención y cura del TB: el ‘DOTS’, que incluye entre otras cosas, la observación directa del tratamiento en el paciente, llevando hasta el horario de la ingestión de las drogas en la dosis correcta durante seis a ocho meses. Desde mayo de 1994 los Centros de Control y Prevención de las Enfermedades (CDC) y la Sociedad Americana Torácica (ATS) propusieron esa terapia.

Pues según informes de la OMS, se calcula que de aquí al año 2020 casi 1.000 millones de personas quedarán infectadas por el bacilo; 200 millones se enfermarán, y 70 millones morirán de la tuberculosis si no se mantiene un control estricto sobre ella. Pero si la meta de la OMS de detectar 70 por ciento y curar 85 por ciento de los nuevos casos de infección de TB se alcanza para el año 2.010, un cuarto de los casos y un cuarto de las muertes, podrían prevenirse en las próximas dos décadas.

MIÑUCA VILLAVERDE

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