Los tumores renales se pueden clasificar según su benignidad o malignidad y según su histología.
Obtendremos así la siguiente clasificación:
A- BENIGNOS:
Epiteliales: adenoma y adenoma oncocítico (oncocitoma).
No epiteliales: hamartoma, hemangiopericitoma, fibroma, leiomioma y hemangioma.
Normalmente son hallazgos casuales, que pueden presentar dolor, hematuria o masa, que si es asintomático y menor de 4 cm. sólo hay que observar, si no, el tratamiento es extirpación parcial del riñón, curándose definitivamente. De todos el más frecuente es el adenoma.
B- MALIGNOS:
Epiteliales:
Primitivos: carcinoma renal.
Metástasis: pulmón, mama.
No epiteliales:
Primitivos: tumor de Wilms y sarcoma.
Metástasis: linfoma, melanoma y sarcoma.
Dada la escasa frecuencia de alguno de estos tumores nos centraremos en los dos principales tumores que se observan con más frecuencia que son el tumor de Wilms y el tumor carcinoide renal.
También denominado adenocarcinoma renal, tumor de Grawitz e hipernefroma.
Es un tumor de características malignas, que tiene su origen en los túbulos del riñón, los cuales tienen una gran potencialidad de desarrollo, pudiendo ser de varios tipos celulares.
Este tumor es el 10% de todos los tumores malignos y el 85% de los tumores renales primarios.
Se da con más frecuencia en varones (el doble).
La edad de aparición está entorno a los 50-60 años en el varón y sobre los 35 años en la mujer.
Suelen afectar a un solo riñón, salvo en un 2% donde es bilateral.
Se han visto que hay unos factores de riesgo que se relacionan con la aparición de este tumor que son factores ambientales como el tabaco y el cadmio, la existencia de quistes secundarios a diálisis o radioterapia y factores hereditarios como la Enfermedad de Von Hippel-Lindau, que es de carácter genético, con herencia dominante, donde aparece el tumor hasta en 2/3 de estos pacientes, y con más frecuencia son bilaterales.
Las células que se han transformado en malignas pueden diseminarse a distintos puntos:
Los síntomas que aparecen con más frecuencia son la emisión de sangre en la orina (hematuria), visible bien al microscopio (hematuria microscópica) o bien a simple vista (hematuria macroscópica), aunque todavía son más frecuentes los síntomas derivados de las metástasis (reproducciones).
Podemos hablar de síntomas propios del sistema urológico, que se caracterizan por tres síntomas clásicamente o triada que son:
Hematuria franca. Dolor en flanco. Masa abdominal palpable. Aunque no suele ser muy frecuente ver esta triada.
Dentro de las manifestaciones generales o sistemáticas, lo más destacable es la aparición de alteraciones en la función del hígado, junto con disminución de los leucocitos, fiebre y zonas necrosadas o muertas en hígado.
Toda esta sintomatología revierte si se extirpa el riñón, siendo de muy mal pronóstico si no revierte.
Hay otros síntomas inespecíficos como anemia, fiebre no filiada, pérdida de peso, cansancio, aumento de la velocidad de la sangre.
Debido a alteraciones hormonales que se producen por el tumor hay una serie de síntomas y síndromes derivados de ello que se denominan paraneoplásicos y que son:
Se puede sospechar por la clínica, pero muchas veces es por hallazgo casual en una ecografía o en un scanner, siendo éste el más efectivo en relación coste-beneficio.
Antes, de primera elección se usaba la inyección de un contraste hasta riñón y ver cómo estaba el sistema y si había alguna masa o alteración, era la urografía intravenosa (U.I.V.) pero hoy día ha quedado relegado a un 2º plano.
El uso de la resonancia permite observar detalladamente cómo están las estructuras próximas al tumor con gran precisión.
No hay que olvidar realizar una radiografía de tórax para descartar metástasis (reproducciones) a ese nivel.
Enviado por Juan Carlos Mory