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Las madres que son papá y mamá

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Los seres humanos hemos sido diseñados con una serie de capacidades que se van desarrollando y fortaleciendo a lo largo de la vida. Una de ellas es la capacidad de soportar y llevar cargas, no sólo físicas sino emocionales. En lo físico, por ejemplo, cada persona puede cargar sólo una cierta cantidad de peso, cuyo límite se reconoce cuando algún dolor o lesión nos avisa que estamos sobrepasando la capacidad del cuerpo.

Desdichadamente, en lo que se refiere a cargas emocionales es difícil reconocer el límite individual y por lo tanto, son muchos los que soportan bastante más de lo que están equipados para llevar, con los consiguientes perjuicios para su salud física y mental. Un claro ejemplo de esto lo constituyen las mamás que quedan con la custodia de los hijos después de la separación o divorcio (o los pocos padres en esta misma condición). En efecto, las familias que quedan con sólo la mamá a la cabeza se puede decir que están lisiadas, pues carecen de uno de sus miembros fundamentales y, a pesar de ello, tienen que continuar la marcha «cojas» y con mucho más peso sobre sus hombros. A sus obligaciones de siempre se suman las que solía tener el padre en la vida cotidiana del hogar, y se agregan una serie de nuevos problemas producto de la partida del papá (niños deprimidos o agresivos, problemas económicos, contiendas legales, etc.) Es decir, la carga de la mamá se multiplica mientras sus recursos se reducen a la mitad. Siguen teniendo los mismos niños que cuidar, las mismas peleas que arbitrar, la misma casa que manejar, los mismos servicios que pagar, pero ya no con cuatro sino con dos manos para trabajar y dos ojos para supervisar; y ya no con dos sino con una sola cabeza para pensar e intuir lo que anda mal.

Y como si fuera poco, a la agobiante y delicada condición de la mamá en estas circunstancias se suman los problemas económicos. Los ingresos son los mismos pero después de la separación hay que sostener dos casas, y como la contribución del papá se establece sobre la base de sus entradas y no sobre la base de las necesidades de los hijos, el déficit resultante lo tiene que cubrir la mamá. Así, la madre separada o divorciada tiene que salir a trabajar tiempo y medio en lugar de medio tiempo, y hacer toda suerte de malabares financieros. No es de extrañar que las mamás en estas condiciones vivan extenuadas, ansiosas, nerviosas, y que por lo mismo gocen de muy poca disponibilidad física y emocional para atender a unos hijos sedientos de la compañía y atención de sus dos padres. Y tampoco es de extrañar que los hijos de padres separados tengan más posibilidades de caer en la depresión, el alcoholismo, la promiscuidad, la drogadicción, el suicidio, o de vivir llenos de resentimientos y problemas emocionales, como lo evidencian innumerables estudios al respecto. Así que vale la pena que los padres que se separan o divorcian tengan muy presente la difícil realidad de la madre separada o divorciada y el sufrimiento que esto acarreará para sus hijos.

Lo más lamentable, es que las mujeres en estas condiciones no gozan de ninguna consideración especial. No hay grupos terapéuticos de apoyo, servicios de consejería o psicoterapia gratuitos, programas para cuidado de los hijos después del colegio, ni planes de recreación subsidiados y específicos para las madres en semejante déficit. De alguna manera se espera que la mujer separada o divorciada camine con la misma eficiencia, herniada por su carga y agobiada por su peso, que quienes sí cuentan con una familia intacta para transitar el difícil camino de sacar a sus hijos adelante.

Los problemas de las familias de padres separados o divorciados son un problema de todos, no sólo de las madres que las encabezan. Casi la mitad de los niños de hoy se crían en familias en tales condiciones, y sus penas y malestar afectan a toda la sociedad. Es urgente que ellas tengan los privilegios propios de quienes están en desventaja. El gobierno, las iglesias, los colegios, las comunidades y los familiares deben crear y ofrecer mecanismos para aliviar sus cargas si no queremos ver cada vez más malestar en nuestra comunidad.

En esto consiste la justicia. Ser justos no es dar a cada cual lo que creemos que le corresponde, sino dar más a quien más necesita. Y favoreciendo a las familias de las mamás que tienen que ser papá y mamá a la vez, podremos aliviar la injusta y dolorosa situación de sus hijos, entre quienes en cualquier momento pueden estar los nuestros.

ANGELA MARULANDA

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