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Masajes

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Tocarse es una experiencia básica del ser humano: caricias, abrazos, un apretón de manos y besos componen una mínima parte del repertorio de contacto táctil que posee nuestra especie. Ya sea para insultar, expresar afecto o represión, el sentido del tacto nos ofrece una amplia forma de comunicación que abarca desde lo más intimo de ser humano como el contacto sexual, hasta lo más social o reconfortante como los masajes

Por razones de estrés, dolores musculares u otras molestias, los masajes se hacen cada vez más populares. Desde aquellos que causan dolor hasta los que ni siquiera tocan el cuerpo persiguen el mismo objetivo: sentirse bien.

Sin caer dentro de lo puramente íntimo o de su opuesto, los masajes involucran los distintos rangos sociales y su uso puede estar enfocado a eliminar molestias dejadas por el esfuerzo extra en algún deporte, un dolor de espalda o para estimular sexualmente a la pareja.

En todo caso, según explica la esteticista y masoterapeuta del Instituto Levinin Mafredini (en Santiago de Chile), Claudia Palacios, el masaje involucra siempre un traspaso de energía hacia el paciente y que «si el terapeuta está con una energía negativa, no se puede hacer un buen masaje».

Historia de masajes

Según algunas publicaciones, los masajes provienen de oriente y, aunque no se conoce exactamente la época en que comenzó a utilizarse, una de las primeras teorías de esta técnica se sitúa en el año 3.000 A.C.

Luego, en algunos textos griegos, incluyendo la obra «La Odisea» de Homero, se hace referencia a los masajes como prácticas muy populares en la sociedad de la época.

Asimismo, en el Imperio Romano, los gladiadores recibían masajes antes y después del combate. Además, los ciudadanos comunes acudían a termas y baños públicos para disfrutar de los beneficios de estas técnicas.

Con el advenimiento de la Edad Media, se pierde como manifestación pública y reaparece en la Europa del renacimiento (Siglo XVI) como una técnica fundamentalmente terapéutica.

Tipos

Con una historia que acompaña a la humanidad desde tanto tiempo, las técnicas de masajes se han diversificado de acuerdo a la finalidad para las que son usadas o según la forma cómo son realizadas.

Si bien, en resumen, los masajes son un conjunto de manipulaciones manuales sobre lugares determinados del cuerpo, actualmente se distinguen entre varios tipos de ellos. Los más utilizados son:

Masaje sueco: quizá el de mayor difusión en spas y gimnasios, la persona se recuesta desnuda sobre una tabla envuelta sólo con una sábana. El masajista aplica aceites y lociones deslizando las manos sobre la piel, amasando, golpeando ligeramente y sacudiendo para relajar músculos y producir distensión en las uniones.

Masaje deportivo: esta variación del anterior profundiza en los movimientos para aumentar el rango de movimiento y la rapidez de recupe- ración de los músculos adoloridos. El especialista usa la palma de sus manos para separar y relajar los músculos, y sus dedos para aplicar impulsos que pueden resultar dolorosos pero que liberan de molestias posteriores.

Shiatsu: a través de la digitopresión, el terapeuta usa sus manos, codos, rodillas y pies para, al igual que en la acupuntura, presionar ciertos puntos por los que, se cree, circula la energía corporal.

Reflexología: tipo de masaje mucho más específico que se aplica sólo en la planta de los pies donde, se cree, están conectados todos los otros órganos del cuerpo.

Reiki: esta técnica se basa en que la energía del cuerpo puede ser canalizada para sanar estados anímicos y facilitar la cura de enfermedades. En este caso, el masaje no se produce a través del contacto sino por la imposición de manos para alterar el flujo energético del paciente.

En medio de la diversidad y popularidad de los masajes, también han aparecido en el mercado los dispositivos electrónicos que prometen liberar de las molestias de igual forma que las manos humanas. Claudia Palacios concluye que la máquina no conoce los límites del dolor humano y que, en definitiva, la gente prefiere lo más personal.

Enviado por Grecia Alemán.

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